La experiencia constata la necesidad de un brote muy grande de legionelosis para centrar la atención del investigador y otros recursos en averiguar la causa de una enfermedad infecciosa nueva, cómo combatirla y cómo prevenirla, porque los casos esporádicos a menudo pasan desapercibidos.
Hoy en día seguimos aprendiendo lecciones a golpe de brote sobre la enfermedad del legionario. En una situación de brote nos vemos obligados a atrapar información que se nos escapaba y cuando la encontramos, generamos conocimiento. Y cuando este conocimiento se comparte con el colectivo y se incorpora en la sociedad, deviene sabiduría.
Del brote de Manzanares, con más de 250 afectados, aprendimos la utilidad de las técnicas rápidas como la separación inmunomagnética, para gestionar las primeras 48 horas del brote, y su papel en reducir la exposición de la población mediante la identificación temprana de focos sospechosos. Pero 40 años antes de este brote, ya sabíamos que para aprovechar estos golpes y seguir aprendiendo de ellos, es importante la figura de un investigador con conducta compulsiva sobre la revisión reiterada de sus notas y su trabajo.
Este es el fascinante caso de Joseph McDade en el brote de Philadelphia. Que Joseph McDade tuviese el deseo vehemente de revisar su trabajo cada año en las vacaciones de Navidad, es lo que nos permite escribir ahora este post, 41 años después. ¿Qué quién es Joseph McDade? McDade, que ahora tiene 77 años y sigue vivo, es “el padre” de Legionella pneumophila.
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